Todos los nombres los llevaba grabados en el avambrazo de la armadura. Y debajo, en su piel, marcados a cuchillo en las largas horas de soledad en las celdas del Colmillo, aislado de los demás, sumido en el pesar y la tragedia, habiendo olvidado qué es la manada... olvidado por todos. Su única compañía: dos lobos que luchaban junto al vaerangi, Hagald, que se han quedado con él por razones desconocidas.
El Señor Lobo Thunderclaws entra en su celda, con su servoarmadura rúnica plagada de símbolos arcanos y con las marcas de miles de guerras. Su olor, una mezcla de bestia salvaje y de paciente cazador, hace ponerse en tensión a Sven. Sentado en su catre, con la armadura desperdigada por la celda, mira al Señor Lobo entre la maraña de pelo. Los lobos se agazapan en un rincón, mirando al recién llegado, reconociendo su autoridad. El Señor Lobo no juzga, sólo observa. Algo en su olor hace saber a Sven que le esperan arriba, donde las Thunderhawks se están preparando para levantar el vuelo.
Cansinamente, Sven deja pasar a los servidores, que le colocan la armadura en un tiempo record. El Señor Lobo espera pacientemente fuera, echando a andar cuando Sven le alcanza. Suben por los ascensores gravíticos que recorren el Colmillo con un suspiro de viento. Con un gesto de cabeza, le señala un transporte, en el que Sven sube mientras va revisando sus armas. Los lobos le siguen, sin que nadie ponga pegas.
No esperaba esta oportunidad... pero piensa vengar a sus compañeros de manada. Los dos lobos están de acuerdo con él.
El Señor Lobo se le acerca, una vez vuelve al Colmillo. Allí, en presencia de toda su Guardia del Lobo, arranca la hombrera derecha de Sven y le coloca una nueva, con los colores negro y amarillo. Sven parpadea, aturdido.
- ¡Bienvenido a mi Guardia del Lobo, Sven Destripatiránidos!
El aullido de alegría de la Compañía resuena en sus oídos. Vuelve a ser uno más de la manada.
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