Las manadas supervivientes se agolpan alrededor de la tumba del Señor Lobo. Todos los equipos habían visto días mejores, pero pocos peores que los últimos tiempos: las armaduras estaban llenas de agujeros, las espadas sierra con las cadenas que casi no podían moverse por la acumulación de residuos en sus engranajes y la munición brillaba por su ausencia.
El solitario túmulo, levantado a la manera fenrisiana, es apenas una colección de trozos de madera recogidos rápida pero eficazmente. Sobre ella reposa el cuerpo de Haakon Hachanegra, muerto de las heridas recibidas en combate con el gran Kaudillo Orko Machacapiedroz. En la mano derecha lleva la cabeza del orko, la izquierda no han podido encontrarla, y de su armadura queda poco más que la hombrera derecha, con el símbolo del hacha negra en fondo rojo... la heráldica personal del Señor Lobo.
El Sacerdote Lobo, con el casco fijado al cinturón, se acerca a la improvisada pira y hace un gesto al vaerangi de la Guardia del Lobo para que la encienda, quien provoca algunas chispas que prenden rápidamente en la madera mientras el veterano sacerdote, con el blanco pelo enmarcándole la cara, pronuncia algunas palabras:
—Me conocéis, desde que llegasteis al Aett, desde que fuisteis rehechos como Guerreros del Cielo para luchar las batallas del Padre de Todos. Hachanegra era uno de nosotros, quizás el mejor, pero ya no está para guiarnos. Las armerías del Tormenta Solar están vacías, los Sacerdotes de Hierro intentan reparar el equipo que nuestros hermanos ya no vestirán y yo mismo me afano en que nuestros heridos sanen lo antes posible. Y os pregunto, ¿cuántas veces más se repetirá esta situación? ¿Cuántos años más debemos luchar en esta cicatriz de maleficarum que cruza la galaxia? —el Sacerdote Lobo hace una pausa, atravesando a los reunidos con su gélida mirada antes de sonreír y mostrar sus grandes colmillos—. Os respondo lo mismo que canta Fengr en vuestros corazones: hasta que muramos, hasta que los soles se apaguen, ¡hasta que Russ vuelva a nosotros en la Hora del Lobo!
Los Vlka Fenryka que le rodean golpean sus pechos con los puños. El viento sopla entre los Lobos que no se moverán del sitio hasta que no queden más que cenizas en la ahora rugiente pira.
—Ese fue vuestro juramento cuando se os dio el deber de proteger a la Humanidad. Nuestra recompensa es el descanso del guerrero, en la mesa de Russ. Igual que Hachanegra le ha dado cumplimiento, ¡todos honramos ese juramento!
Los reunidos vuelven a golpearse en el pecho.
—Ahora hemos de reorganizarnos —dice mientras se coloca el casco de nuevo, el rostro descarnado de un lobo sobre la cara del Astartes—. Puñoinferno, estás al mando de los Cazadores. Aullardiente: los cachorros son tuyos. En cuanto a la Guardia del Lobo... Sangrehielo, dirígelos.
Los Astartes se reorganizan. Cogiendo puñados de la ceniza, oscurecen sus distintivos de Gran Compañía hasta que se elija a otro Señor Lobo... lo que puede no suceder hasta que lleguen a Fenris y se realicen los ritos adecuados.
—¡Fenrys Hjolda! —grita el Sacerdote Lobo, coreado un segundo después por el resto.
Fenris resiste. Fenris siempre resiste.
